domingo, 30 de diciembre de 2012

Bicicleta

Ese año me compré un abrigo verde y también una bicicleta. La última noche en aquel país soñé con un cíclope y con una playa congelada, donde me sentaba durante horas hasta que me llevaban las olas calientes. Aquella noche no dormí en casa y cuando abrí los ojos pensé que estaba bien estar allí, agarrada a la almohada. Llovía y algunas gotas se colaban por la ventana, creo que era invierno o puede que otoño, pero fuera hacia tanto frío que estar allí parecía el paraíso. Pensaba en las horas tristes, en las lágrimas ardiendo en la parada del tranvía. Pero también en el sol, en sus rayos templados, en la primera vez que sonreíste o que me hiciste el amor en el garaje. Ese año fui tan feliz como triste, viajé en algunos buses y trenes y pasé demasiadas noches sola. Ese año acabó con mañanas heladas, con algún chaparrón y con tu mano bajando por mi espalda desnuda. El ser humano es curioso, casi nada es tan inútil como perder la esperanza.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Amsterdam II

Parece que la ciudad a veces se detiene durante unos segundos, cuando hay tormenta o cuando amanece al pasar el tercer puente. En las calles hay malabaristas y cestas de mimbre y también niños que asoman tras gorros de lana. Pasan los días y algunos árboles, como cuerpos escuálidos, parecen el presagio de un invierno imposible.   

domingo, 14 de octubre de 2012

Amsterdam I

A menudo la ciudad desconocida te recibe con una lluvia fina y fría y con gente que sonríe sin razón aparente. Cuando llegas, especialmente si es de noche, se te instala una presión gélida en la nuca que te obliga a caminar despacio. A veces te parece reconocer algunos rostros: amigos, antiguos amantes o profesores de la escuela. Hay hombres que fuman en sus puestos de flores y mujeres engalanadas que compran manzanas. La gente avanza, aparta las hojas, se abotona con esmero el abrigo. Las noches son más cortas y los sueños son casi siempre pesadillas. Ojalá la soledad fuese tan dulce como las primeras horas en la ciudad desconocida. 

domingo, 23 de septiembre de 2012

Splendour in the Grass

What Though the radiance
which was once so bright
Be now for ever taken from my sight, 
Though nothing can bring back the hour
Of splendour in the grass, 
of glory in the flower,
We will grieve not, rather find
Strenth in what remains behind;
In the primal sympathy
Which having been must ever be;
In the soothing thoughts that spring
Out of human suffering;
In the faith that looks through death,
In the years that bring the philisophic mind. 


 
William Wordsworth

viernes, 7 de septiembre de 2012

martes, 24 de abril de 2012

Líquido

Ese año el invierno no tuvo alguna clemencia con los hombres, amenazados por la espesa niebla de la muerte, la vejez, las noches por venir, mudas, absortas, empapadas en un líquido oscuro y frío. Ese año el invierno fue tan largo que acabó por lapidar sus convicciones, sus deseos, su afán por comprender el mundo.

viernes, 20 de abril de 2012

jueves, 19 de abril de 2012

jueves, 15 de marzo de 2012

martes, 21 de febrero de 2012

lunes, 30 de enero de 2012

Invierno

Si te digo que me resulta difícil, a veces, respirar, no me creerás porque es una de esas cosas que sólo dicen los tontos y también los desesperados. Pero hay noches, cuando hace calor y aún es invierno, en las que las paredes se acercan, llenas de odio, y te recuerdan todas las cosas que quisiste ser y aún no has sido. Y entonces llega la angustia, y la cabeza da vueltas, y te imaginas en todas las playas en las que jamás te tumbarás de madrugada o a las personas que nunca despedirás en unas vías, manteniendo la mirada, mientras se aleja el tren.


sábado, 21 de enero de 2012

sábado, 7 de enero de 2012

Luces

Era verano y él llevaba una camisa blanca o puede que no fuese blanca pero eso no importa. Parecía que por entonces nadie tenía cuidado con nada, había policías insultando a borrachos y una chica en cuclillas recogiendo varias hojas del suelo. El caso es que yo le esperaba, y él llegó con su camisa blanca y me miró como sorprendido, me tocó muy despacio el hombro, y se sentó en el primer bar que encontramos. Corría una brisa tibia y pura, las parejas sonreían, en la calle, rodeadas de amigos feos que elogiaban a sus hijos. Me contaba él, que en invierno, después de haber devorado no se cuantos litros de nieve, había acabado metiendo mano a varias chicas en un parque y yéndose de casa dejando solo una nota -colgada con un alfiler de la cortina de su armario-. Tenía los ojos muy verdes y hablaba de babas y taburetes y también de una música triste. Había dos os tres estrellas, pero el cielo no se veía por las luces y el hablaba y hablaba y yo pensaba que era estupendo estar allí, escuchar sus tonterías y dejar que me tocase la cintura. Era una noche de verano y parecía que nadie tenía cuidado con nada. Los hijos de los amigos feos gritaban en la plaza. Sus voces sonaban como un himno milagroso.