"Todos conocéis la fiera melancolía que se apodera de nosotros, sobrecogiéndonos, cada vez que se nos vienen a la memoria tiempos de felicidad. De qué modo tan irrevocable se han ido para siempre y como estamos separados de ellos con mayor inexorabilidad que si lo estuviéramos por las más grandes distancias. Además el atractivo de esos tiempos resalta más aún en el fulgor que han dejado; al volver a pensar en ellos los recordamos como el cuerpo de una amada difunta, un cuerpo que rebosa bajo tierra y cuya magnificencia, que ahora es más espiritual y excelsa todavía, nos hiciera estremecernos, como si nos enfrentáramos a un espejismo del desierto. En nuestros sueños sedientos palpamos una y otra vez cada uno de los detalles y cada uno de los pliegues de las cosas pasadas. Y entonces nos parece que la copa de la vida y del amor nunca estuvo para nosotros llena hasta los bordes; empero ningún remordimiento nos devuelve las cosas que hemos omitido. ¡Si este sentimiento fuera para nosotros una lección que tuviéramos presente en cada uno de los momentos de dicha! Y cuando lo que puso fin a nuestra felicidad fue un error repentino, entonces su recuerdo es todavía más dulce. En esos momentos caemos en la cuenta de que para nosotros, para los humanos, es ya una suerte vivir en el seno de nuestras pequeñas comunidades, protegidos por un techo apacible, entregados a gratas conversaciones y saludados con cariño por la mañana y la noche. Siempre nos percatamos demasiado tarde de que con esas cosas se derramó generosamente sobre nosotros el cuerno de la abundancia."
Sobre los acantilados de mármol
Ernst Jünger