Si te digo que me resulta difícil, a veces, respirar, no me creerás porque es una de esas cosas que sólo dicen los tontos y también los desesperados. Pero hay noches, cuando hace calor y aún es invierno, en las que las paredes se acercan, llenas de odio, y te recuerdan todas las cosas que quisiste ser y aún no has sido. Y entonces llega la angustia, y la cabeza da vueltas, y te imaginas en todas las playas en las que jamás te tumbarás de madrugada o a las personas que nunca despedirás en unas vías, manteniendo la mirada, mientras se aleja el tren.
lunes, 30 de enero de 2012
sábado, 21 de enero de 2012
sábado, 7 de enero de 2012
Luces
Era verano y él llevaba una camisa blanca o puede que no fuese blanca pero eso no importa. Parecía que por entonces nadie tenía cuidado con nada, había policías insultando a borrachos y una chica en cuclillas recogiendo varias hojas del suelo. El caso es que yo le esperaba, y él llegó con su camisa blanca y me miró como sorprendido, me tocó muy despacio el hombro, y se sentó en el primer bar que encontramos. Corría una brisa tibia y pura, las parejas sonreían, en la calle, rodeadas de amigos feos que elogiaban a sus hijos. Me contaba él, que en invierno, después de haber devorado no se cuantos litros de nieve, había acabado metiendo mano a varias chicas en un parque y yéndose de casa dejando solo una nota -colgada con un alfiler de la cortina de su armario-. Tenía los ojos muy verdes y hablaba de babas y taburetes y también de una música triste. Había dos os tres estrellas, pero el cielo no se veía por las luces y el hablaba y hablaba y yo pensaba que era estupendo estar allí, escuchar sus tonterías y dejar que me tocase la cintura. Era una noche de verano y parecía que nadie tenía cuidado con nada. Los hijos de los amigos feos gritaban en la plaza. Sus voces sonaban como un himno milagroso.
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