Era verano y él llevaba una camisa blanca o puede que no fuese blanca pero eso no importa. Parecía que por entonces nadie tenía cuidado con nada, había policías insultando a borrachos y una chica en cuclillas recogiendo varias hojas del suelo. El caso es que yo le esperaba, y él llegó con su camisa blanca y me miró como sorprendido, me tocó muy despacio el hombro, y se sentó en el primer bar que encontramos. Corría una brisa tibia y pura, las parejas sonreían, en la calle, rodeadas de amigos feos que elogiaban a sus hijos. Me contaba él, que en invierno, después de haber devorado no se cuantos litros de nieve, había acabado metiendo mano a varias chicas en un parque y yéndose de casa dejando solo una nota -colgada con un alfiler de la cortina de su armario-. Tenía los ojos muy verdes y hablaba de babas y taburetes y también de una música triste. Había dos os tres estrellas, pero el cielo no se veía por las luces y el hablaba y hablaba y yo pensaba que era estupendo estar allí, escuchar sus tonterías y dejar que me tocase la cintura. Era una noche de verano y parecía que nadie tenía cuidado con nada. Los hijos de los amigos feos gritaban en la plaza. Sus voces sonaban como un himno milagroso.
1 comentario:
no me canso de leerlo
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