Una tarde en una ciudad del Este, un niño me regaló un bollo. Era redondo e impecable y estaba envuelto en papel de estraza. Me gustaría haberme puesto en cuclillas, haberle dicho que pasaría noches sin pegar ojo, que probablemente estaría triste algunas tardes de invierno, que tendría que lidiar con cosas extrañas como profesiones y supermercados y la factura de la luz. Sé que por entonces él no sabía nada de aquello, probablemente no le importase porque dobló la esquina decidido y miró atrás solo un segundo, con sus ojos inmensos. Me hubiera gustado decirle que el futuro no sería apacible sino más bien desmedido, pero que en medio de todo el embrollo habría instantes prodigiosos. Puede que entonces estuviese atardeciendo. Hacía un frío de locos, él llevaba una bufanda azul.
Kaunas, Lituania, otoño 2008