Pensé que si volvía acabaría dejándome morir tirada en la acera, observando cómo la luz, violenta, proyectaba una línea recta en la calzada. Pero llegó una mano -con los dedos de acero- y se ofreció a llevarme hasta una realidad más grande y espumosa donde estaba prohibido hablar de los problemas y sólo era necesario dar un paso por día. Yo me quedé en el suelo. Desangrarse era una actividad más productiva.
1 comentario:
Hay color en tus letras. Me gusta.
Publicar un comentario