Vivían en una casa frente a una palmera. A veces el sonido de los cocos contra el suelo conseguía arrebatarles el sueño. Cada noche se amaban - como enredaderas- hasta llegar al éxtasis. Cuando el cielo estaba oscuro nadie se librara de las alucinaciones, pero preferían no creer en el milagro, como excusa para permanecer juntos. Ella se hubiese marchado antes si no fuera porque su propia voluntad la tenía exclava. Una noche pomposa y sin fantasmas aparecieron ahogados en su propia sangre.
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