Desde la altura lo vio claro: el escaparate engalanado de la tienda de lujo, el reponedor de la barbilla cuadrada, los años de fiebre y de domingo. Sabía que minutos después no tendría una apariencia cómoda. La muerte huele a cera y a jabón rancio. El cielo -su silencio amniótico- parecía saber que era el fin.
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