Mi padre es un cabrón resentido. Fue, como todo ser humano que se precie, un joven de izquierda revolucionaria, pero acabó cambiando sus paseos idealistas por los muelles vascos, por el siempre señorial Ordoño II.Un poco afeminado para algunos, siempre tuvo manos delicadas, por lo que no es muy diestro en trabajos prácticos que incluyan tuercas o martillos. Un día, en los noventa, mi padre se comió una trufa de chocolate. Resultó que yo había decidido guardarla para la mañana siguiente, pero a él le apeteció engullirla aquella noche y dejarme, con mis seis años, llorando desconsolada mientras me explicaba, sin escrúpulo alguno, que no teníamos dinero para comprarlas todos los días. Pero, además de altruista y generoso con su prole, mi padre tiene un discurso agrio y atormentado sobre el futuro del mundo, no sabe cocinar a la vez que habla y va de aventurero pero, en cuanto cruza las fronteras, siente una terrible fascinación por lo planificado.
Con esto sólo quiero mostrarles, en un intento de que se hagan una idea, las cualidades y bondades de mi padre, y ya que me encuentro en este punto, por qué no convocarles a que mañana jueves o el domingo le hagan una visita.
Junto a él, pequeña, rectángula y entre marrón y azulada, encontrarán una obra maestra.
3 comentarios:
Yo conozco a ese cabrón y he leído esa obra maestra.
Mereció la pena el viaje: plantar un árbol, tener un bebé, escribir un libro.
Ah, qué descripción más lírica. Espero que mi hija sea como tú a los 20.
Iremos mañana a ver a ese c...
Publicar un comentario