"Por favor sea breve”, dijo, y acto seguido comenzó a quitarse lentamente la ropa mientras yo, tumbado en un incómodo camastro, esperaba a que se lanzase a mis brazos. Me seguía tratando de usted a pesar de los años y cuando esa noche le pedí que lo dejase, me miró rígida y desvalida, como afectada por ásperas desdichas. Entonces me vestí, le dejé dinero y me alejé con paso humillado. Por la ventana, como poseída por el mismo demonio, un grito desgarrado me pidió que regresase.
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